Monday, December 11, 2006
He perdido la risa de mi hijo
La risa de mi hijo. He perdido la risa de mi hijo. ¿Cuánto hace que no sonríe? En este mismo diario tengo escrito, me parece, que a la cripta que es un niño sólo se llega por la celosía de su risa. Mi hijo no ha vuelto a reír ni a sonreír. Su seriedad banal de otras veces resulta que presagiaba esta seriedad definitiva, esta manera de ser adulto que le da la enfermedad a un niño. Y beso su vientre todavía abultado, caliente, con ese agujero saludable de los buenos quesos, que es el ombligo, y beso ahí un bulto de vida, un dulce fardel de sangre, de intestinos, de digestiones, de respiración, el último reducto poderoso y tierno de sus palpitaciones. El niño, ya, es sagrado. Sé, como sabía el poeta, que la vida no es noble, ni buena, ni sagrada, y no hallo nada que respetar ni venerar en el cielo ni en la tierra, ni un solo ser, ni un solo hombre merecen mi devoción desde hace mucho tiempo, pero gracias a este hijo tenido y perdido habrá ya para siempre en mí, en lo más puro de la luz, en el resplandor de lo inexistente, un ser sagrado, una criatura de oro, de modo que el hijo se constituye en criatura aparte de la creación, en relámpago de la sacralidad que no se ha dado jamás en todo el universo.
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