Está en su cuarto vistiéndose, con los minutos contados, para un entierro.
Entre pantalón y zapatos, corbata y chaleco, le tientan y le sientan pensamientos generales, con una exigencia mayor que la otra prisa. Pero ha visto en una puerta un clavo a medio salir, derecho, brillante, justo, perfecto; atractivo de clavar, innecesario de clavar. Y tiene a mano la percha de su americana, martillo de madera tan apropósito para clavar el clavo tentador. Deja el entierro, demora los pensamientos generales, coge la percha y se pone a clavar, con esmero lento, el clavo.
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pOR jUAN rAMÓN jIMÉNEZ
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